La lana y la industria textil en el Júcar

La lana y la industria textil en el Júcar

Curtidos por el gélido invierno trashumante, aireados por los vientos serranos y nutridos por las aguas primaverales, los prados verdes de la Serranía de Cuenca son protagonistas indiscutibles de la historia de Cuenca. Son el manantial de, quizás, el tesoro más preciado que ha tenido nuestra tierra: la lana. Entre pinos, robles, sabinas y enebros, la lana y su manufactura bordaron uno de los lienzos más emblemáticos de la historia de Cuenca: los paños y telas. La industria textil tejió las riberas del Júcar con lavaderos, batanes o tiradores y la del Huécar con sus famosas tintorerías. Testigos y cómplices de su esplendor, fueron también sus sepultureros y sus plañideras.

Ilustración 1. Imagen medieval representando una escena ganadera. Fuente: BBC Anglo-Saxon Life

Origen de la industria textil


El origen de la industria lanera y textil es tan incierto como la propia lana. Por su punto geográfico estratégico, su fundación como ciudad en el siglo X puede ir paralela a la instauración de trabajos laneros y textiles. En el siglo XII ya debería tener su tradición e importancia como centro textil ya que Al-Edrisi habla de las preciadas alfombras de Cuenca. Durante este belicoso siglo llegan también las primeras noticias sobre ciudades e industrias pañeras, entre las que destacaban Palencia, Soria y Segovia. Para entonces la producción habría mantenido, en su gran mayoría, un carácter doméstico y rural.

Ilustración 2. Escena pastoril medieval.

Es a partir de la conquista cristiana en 1177 y la concesión de fueros cuando comienzan las referencias más precisas sobre la ganadería y la industria pañera como fuentes socioeconómicas de la ciudad de Cuenca. En este momento se sistematizan jurídicamente, se desarrollan rutas ganaderas trashumantes y se comienza a tratar la división del trabajo con funciones especializadas. Ejemplo son los tres oficios de tejedor, cardador y pisador (batanero) reglamentados en el Fuero de Cuenca (1190).

Posteriormente, la creación del Concejo de la Mesta (1273) por Alfonso X el Sabio, otorgando importantes privilegios al sector ganadero; el desarrollo del comercio de productos tintóreos conquenses y; la introducción de la oveja merina en Castilla provoca que ya en el siglo XIV la ganadería y la industria textil de Cuenca sea afamada en todo el reino y comience su prestigio a lo largo y ancho de Europa. 

 

La expansión y el siglo de oro 

El aumento de la producción textil producirá una transformación social y económica durante todo el siglo XV, y su avance será espectacular hasta el último cuarto del siglo XVI. Para entonces, la lana conquense, considerada de las mejores de Castilla, y sus reconocidos productos textiles abastecieron con profundo éxito las grandes ferias castellanas y los principales centros manufactureros pañeros de Italia. Cuenca vive su edad de oro.

Ilustración 3. Mapa de la ciudad y puerto de Génova, uno de los puntos comerciales más importantes durante los siglos XV y XVI. Fuente: Antares Historia

La fama de los productos textiles conquenses durante el siglo XV y XVI se ejemplifica en la alta producción textil por año; el comercio de materias primas, lana y productos tintóreos a otras ciudades de referencia textil como Segovia; las abundantes exportaciones de lana a través del puerto de Cartagena; los paños como velartes verdes y mantillas azules de Cuenca tan preciados por mercaderes de toda Europa; los privilegios obtenidos para los mercaderes conquenses en la prestigiosa feria de Medina del Campo y las Ordenanzas Generales de 1500 donde se establecen que los paños más finos del reino solamente podrían fabricarse con lanas procedentes de Cuenca.

 

Y como pieza angular de esta afamada industria, el Júcar. En sus orillas concurrían dos de los pasos esenciales del proceso manufacturero: el lavado y la batanadura. Ambos necesitaban grandes instalaciones y requerían de la ayuda del río. Durante este siglo de oro, se mencionan varios nombres de propietarios de lavaderos a las orillas del Júcar: Esteban Imperial, Pablo Terril, Gerónimo Novelín, Domingo Burón, Lorenzo Catanio, Pablo Iraolo y, quizás el mejor conocido, el lavadero de los Genoveses, dirigido por la familia Interiano, situado en la isla de Monpesler. Los batanes, más frecuentes y distribuidos por otras zonas, encontraban en las orillas del río su nicho; de entonces destacan el batán de Santiago, el “Molino lanarera”, denominado así por Anton van den Wyngaerde para referirse al batán situado al inicio de la isla de Monpesler, el molino de la Noguera, en el caz de los molinos y, aguas más abajo, el batán de la Grillera. El Júcar, protagonista de la industria textil, manaba vida.

Ilustración 4. El batán “molino lanarera” (izquierda) con su anexo complejo de tiradores y el Lavadero de los genoveses (derecha). Ambos situados en las inmediaciones de la isla de Monpesler durante el siglo XVI. Fuente: “La vista a Cuenca desde el Oeste”, de Anton Van den Wyngaerde

Cuenca se afianzó como un gran centro fabril que provocó una explosión demográfica en la ciudad de Cuenca. La ciudad alcanzó los 16.000 habitantes a finales del siglo XVI, de los cuales más de la mitad de la población activa estaba dedicada a la industria textil. Sin embargo, todo está a punto de cambiar. En el último cuarto del siglo XVI, comienzan a notarse los primeros elementos de una fuerte crisis que provocará el abandono de los grandes mercaderes y las familias nobles más ilustres. Cuenca, sin producción ni comercio, se convertirá en una ciudad clerical anclada en un tiempo perdido.

 

La crisis en la ciudad productiva (1600 – 1633)

En un pasaje del Quijote (1605), Sancho Panza dice que “Más calientes cuatro varas de paño de Cuenca que otras cuatro de limiste de Segovia” y en 1627, Mártir Rizo escribía sobre el trato de los paños que “no se sabe que en España sean más finos los colores de la lana, que las que aquí (en Cuenca) se tiñen, que es una de las cosas que han hecho a esta Ciudad tan nombrada”.  Son algunos de los últimos retazos de la imperante industria ganadera y textil conquense.

Ilustración 5. Grabado de la aventura, capítulo XX, de los batanes de Don Quijote y Sancho Panza. Fuente: El ingenioso hidalgo Don Quixote de la Mancha (Gabriel de Sancha), 1797-1798, Madrid.

La ganadería de Cuenca y su provincia decayó drásticamente en la primera mitad del siglo XVII y, como consecuencia, la industria textil y el comercio. Como ejemplos ilustrativos, por los años de 1600 solían entrar en los lavaderos de Cuenca 400.000 arrobas de lana: 250.000 eran embarcadas para el extranjero y 150.000 se labraban en sus tintes para el consumo de la península. Tres décadas después, en 1631, D. Miguel Caja de Leruela, en su obra Restauración de la abundancia en España, muestra que la decadencia era tan grande que no se lavaban ni 8.000 arrobas de lana. También como los precios de la lana y el de una oveja se encarecieron, triplicandose y duplicandose respectivamente, entre 1595 y 1627. 

 

Para ilustrar la decadencia de la ganadería en Cuenca no hay mejor testimonio que el Memorial que Don Alonso Muñoz, cabeza de la cuadrilla de Mesta de Cuenca, presentó al Consejo en 1649. Con sus propias vivencias explica como en 1649 solo había la quinta parte de los rebaños que hubo en 1600 y, además, detalla que los años más duros de la crisis fueron entre 1630 y 1633. El documento también presenta las potenciales causas de la larga decadencia de comienzos del siglo XVII, como la estimulación de la agricultura, el aumento del precio de la sal, el alzamiento de Portugal en 1640 con sus consecuencias en las áreas trashumantes de Alcudia y Calatrava y la salida de la nobleza local como los Mendoza, Cabrera o Carrillo hacia la Corte madrileña. Cuenca quedó huérfana, hueca y sin un futuro esclarecedor. 

Como réquiem a aquel esplendor de la industria textil, el conocido pasaje de La moschaea de José Villaviciosa (1615): 

 

Parte del Júcar la corriente ufana,

Porque este con la suya la hace rica,

Y tanta gloria por el mundo gana

Que tan solo su nombre se publica.

Tiene la fama de lavar la lana

Júcar, mas la verdad nos certifica

Que suele el Moscas arrancar sus sacas

Y no dejar por donde pasa estacas”




 

Intentos regeneracionistas y la Fábrica de Tapices y Alfombras 

 

Sumergidos en una profunda crisis ganadera e industrial, en la segunda mitad del siglo XVII comienza una tímida regeneración económica protagonizada por el flamenco Humberto Mariscal, quien intentó reactivar la industria textil entre 1688 y 1708. Ello sirvió de impulso y estímulo a otros empresarios que consiguieron que la ciudad de Cuenca triplicara el número de telares entre 1697 y 1735.

Ilustración 6. Los aprendices en los telares. Grabado de una fábrica de telares con las diferentes herramientas en 1747.

Sin embargo, el siglo XVIII es un continuo vaivén dentro de una crisis irreparable de la economía local. Finalmente, en 1780, se estableció la Fábrica de Alfombras y Tapices en el edificio de la antigua Casa de la Moneda, impulsada por el reformista e ilustrado obispo Palafox. Entregada entre 1786 y 1806 a los Cinco Gremios Mayores de Madrid, esta institución orientó la producción hacia la fabricación de paños, sargas y alfombras, dejando los barraganes para los pequeños talleres artesanales y convirtiendo la fábrica en el mayor exponente de la industria textil de la ciudad. 

Ello provocó un fuerte estímulo a la propia sociedad conquense ya que la industria textil consiguió dar trabajo a más de 1800 empleados entre tejedores, bataneros, hilanderas, cardadores, tundidores, desmotadores y otros oficios. 

Mateo López, en 1786, mostró la duda de si la ganadería continuaría el ascenso del siglo XVIII o volvería a la decadencia del siglo XVII: “Aún es grande decadencia desde las 400.000 arrobas en 1600, citadas por Caja de Leruela, a las 102.000 que en estos tiempos suelen cortarse”.  Como si de una muerte larga y dolorosa, las verdes aguas del Júcar murmuraban esperanzadores cantos mientras la industria textil agonizaba entre sombras del pasado.

 

El fin de un sueño sobre alfombras 

Tras el cierre de la Fábrica de Paños de los Cinco Gremios en 1806, quedó al mando de la fábrica Benito Canales, quien consiguió impulsar de una forma imponente pero atomizada la industria textil en Cuenca. Fue tanta su repercusión industrial y social que, en 1816, el rey Fernando VII visitó la fábrica y, dada la calidad de la producción, le otorgó el nombre de Real Fábrica de Tapices y Alfombras. Más tarde, en 1832, transformó el sistema de elaboración, por medio de las primeras máquinas belgas que se aplicaron a la industria española mejorando los métodos de elaboración y primando la competitividad.

Ilustración 7. Alfombras del Museo Diocesano de Cuenca. Fuente: La ventana del arte

De aquella época son algunas de las más excepcionales alfombras que volvieron a dar a la ciudad de Cuenca cierta fama internacional. Algunas se exportaban a América, como los famosos “azules turquesas”, que por entonces costaban unos 170 reales la vara. También representaron un preciado objeto en las exposiciones nacionales realizadas entre 1828 y 1841. 

Sin embargo, serían estos los últimos latidos de la industria textil conquense. En 1857 se hicieron las últimas mejoras en los procedimientos mecánicos y por aquel tiempo aún permanecían en la ciudad tres batanes (Noguera, Fábrica y San Antonio), siete tintoreros, doce tejedores y trece sastres. Desde entonces en adelante, como cita Torres Mena en 1878, “la fabricación sólo consistía en paños de baja clase como paños negros y cafés, bayetas, mantas blancas y con rayas azules, cameras o capotes de monte”. Añadía: “parece extinguida la antigua fama de sus productos y perdidos, por completo, los renombrados barraganes y tapices”. 

La lenta y dolorosa decadencia de la industria textil conquense se consumó en 1954, con el incendio en el edificio que había sido Fábrica de Tapices y Alfombras durante 175 años. Las grandes pérdidas económicas y las llamas del fuego abrasaron las últimas letras de la página más importante de la ciudad: la industria textil. 

 

Una mariposa sin alas

Cuenca, como una mágica metamorfosis, consiguió convertir la lana engrasada, llena de paja y pinchos en brillantes y hermosos paños. El Júcar, como una crisálida, transformó a golpes de batán, a inmersiones en distintas temperaturas de agua y a merced del viento soleado de las orillas la torpe oruga lanuda en una delicada y bella mariposa. 

Aquella mariposa tan preciada que sobrevoló toda Castilla y Europa. Su silueta se posó en las más importantes flores comerciales, donde el néctar del oro abundaba y revoloteó sobre lujosas alfombras y tapices. 

Pero el viento de los tiempos hizo añicos las alas de la mariposa y también el Júcar se quedó sin fuerza para la metamorfosis. Hoy, ya no hay rastro de batanes ni lavaderos. Ni de aquella fama por tantos rincones. Sólo su verde rumor, el nombre de la calle de los Tintes y algún ganado serrano que por unas décimas de segundo parece querer transportarnos a otro tiempo.

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