Los besos del aire

Cae la tarde y desde la terraza , sentados en sus sillas de ruedas la pareja de ancianos, con los ojos entrecerrados, asiste indiferente a la ceremonia de sombras y silencio que poco a poco todo lo borra, todo lo esconde. A su lado su hijo los observa solícito esperando un gesto mínimo, una palabra que no llega. 

Un gorrión se detiene en la barandilla, mira al grupo, se esponja, curiosea, y entonces una leve brisa acaricia el rostro del hombre y lo vuelve hacia su esposa.

  • Julia, dame un beso. Pero un beso de verdad…

Y los ojos de Julia se iluminan azules, y sus labios dibujan de nuevo aquella sonrisa dulce e inocente perdida en otra tarde…, y buscan certeros a Julián en medio de las sombras y el olvido.

El joven se acerca:

  • ¿Quieres algo, papá? ¿Qué decías?
  • Está refrescando. Será mejor que entremos. Estaréis cansados. Mañana volveré y tomaremos un poquito el aire. Se está bien aquí, ¿verdad?

Nadie contesta. Nadie mira. Solo el pajarillo. Solo él ha percibido ese fulgor de ojos y de labios renacidos. Solo él, antes de dejarse arrastrar por esa brisa compasiva que por un instante borra el tiempo de nuestros corazones y nos devuelve el sabor de lo que fuimos.

Fuente: José Manuel Martínez Cenzano.

EEG. Conil. Marzo 2016.

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