Descubrimiento

A Cuenca lo que es de Cuenca…

cavilaba súbitamente Marina, con los pies sumergidos en chaparrales,

antes de que el relente procedente de Mariana la helara por completo.

 

Descubiertos pétalos de piedra y cantos de romero

que la tierra, felizmente deseosa de otoño serrano, emanaba,

sus días se hacían hermosamente intrigantes.

La pareja había comenzado entonces a recolocar su verdad

entre recónditos versos de naturaleza abstracta.

 

La primera vez que Las Torcas divisaron

una lágrima roja se desprendió de varonil zapato,

un calor de hoguera, de madre, escalaba por su garganta

y lo lanzaba al abismo más allá de la copa del pino negral.

 

A la vuelta, el candelabro de emociones sentidas los mantuvo callados.

Cual nueva surgencia, Eduardo y Marina rezumaban

un nuevo despertar entre sabinares.

Los dos amantes, impasibles, se declararon

incompetentes con la necesaria costumbre de diferenciar

los comunes lugares recorridos,

cada senda pisada en su novicia experiencia.

 

Extasiados, sorprendidos, enamorados…enconquensados.

 

Así, echados en el lecho, mano con corazón

y corazón con pupila,

Eduardo y Marina habían cambiado para siempre sus repugnantes vidas.

Las inconscientes almas, antes perdidas en la rutina de la vida,

ahora tenían delante la verdad, la belleza indiscutible,

la que no se podía negar:

una tal Cuenca, una bella durmiente de caliza y agua,

el amor, la realidad, el sueño, la paz…

Una tal Cuenca y un amor de verdad.

David Saugar Segarra

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